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Septiembre de 2016  Número 95

Principio 3. Vida cotidiana: Hacia fuera, solidaridad

Muchas veces tememos ponernos cara a cara ante Dios bien por nuestra necesidad de vernos buenos o bien por miedo a vernos mirados con nuestros propios criterios. Pero a Dios la misericordia lo precede. Si entre nosotros sabemos que el amor todo lo puede, todo lo perdona, ¿qué no hará el amor de Dios?

Tema de reflexión

Perdonarnos a nosotros mismos

Casi siempre que hablamos de perdón pensamos en perdonar a los demás o que me perdonen a mí, pero... y ¿perdonarme a mí mismo?

Quizá sintamos que no hay nada de nosotros que necesite ser perdonado, o quizá que hay cosas, situaciones, que no sabemos cómo afrontarlas, ni qué hacer con ellas, decisiones que hemos podido tomar y no han sido las acertadas, reacciones que han podido hacer daño a terceros,... Podemos pensar que todas están superadas pero cada cierto tiempo aparecen de nuevo en nuestra vida.

Perdonarme supone que, al mirar atrás en mi historia, puedo permitirme no ser perfecto, puedo aceptar que no he cumplido con todos los ideales y metas que me había puesto en la vida, puedo permitirme cometer faltas y no tener que justificarme inmediatamente y que, a pesar de todo, he recorrido un camino de vida en el que asumo mi historia con todas sus luces y sombras para reconciliarme con ella y ver que ha sido para bien.

Perdonarme así me ayudará a perdonar a los demás con la libertad de ser capaz de dar la posibilidad de tener otra relación más libre y abierta. Reconocer que no soy perfecto y que, pese a ello, me quiero y me acepto como soy, me abre a relaciones donde seré capaz de aceptar los fallos de los demás de un modo fácil y comprensivo.

También podemos intentar perdonarnos desde Dios. Él perdona todas nuestras dificultades, todo nuestro pecado, incluso aquello que no podemos perdonar por nosotros mismos.

Dios misericordioso, que nos ama y nos perdona siempre, espera que nos acerquemos a Él día a día para enseñarnos el perdón a cada uno de nosotros y la mirada solidaria que haga un mundo más humano y misericordioso a nuestro alrededor.

Texto bíblico: 1 Cor 4, 1-5

Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fieles. En cuanto a mí, bien poco me importa ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano, ni siquiera yo mismo me juzgo. De nada me remuerde la conciencia, mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor. El iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca

Espiritualidad franciscana

En cierta ocasión, admirando la misericordia del Señor en tantos beneficios como le había concedido y deseando que Dios le mostrase cómo habían de proceder en su vida él y los suyos, se retiró a un lugar de oración, según lo hacía muchísimas veces.

Como permaneciese allí largo tiempo con temor y temblor ante el Señor de toda la tierra, reflexionando con amargura de alma sobre los años malgastados y repitiendo muchas veces aquellas palabras: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador! , comenzó a derramarse poco a poco en lo íntimo de su corazón una indecible alegría e inmensa dulcedumbre.

Comenzó también a sentirse fuera de sí; contenidos los sentimientos y ahuyentadas las tinieblas que se habían ido fijando en su corazón por temor al pecado, le fue infundida la certeza del perdón de todos los pecados y se le dio la confianza de que estaba en gracia. Arrobado luego y absorto enteramente en una luz, dilatado el horizonte de su mente, contempló claramente lo que había de suceder. Cuando, por fin, desapareció aquella suavidad y aquella luz, renovado espiritualmente, parecía transformado ya en otro hombre (1Cel 26).

Oración

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Salmo 32, 1-7

Epílogo de la Carta

“La persona crece cuando se arrodilla.” (Alessandro Manzoni)

Evangelio diario del mes de septiembre de 2016

Las personas que deseen hacer una lectura diaria del Evangelio, según las lecturas que corresponden a cada día, tienen a continuación las referencias de todo el mes de septiembre:

1 Lc 5, 1-11 / 2 Lc 5, 33-39 / 3 Lc 6, 1-5 / 4 Lc 14, 25-33 / 5 Lc 6,6-11 / 6 Lc 6, 12-19 / 7 Lc 6, 20-26 / 8 Mt 1,1-16.18-23 / 9 Lc 6, 39-42 / 10 Lc 6,43-49 / 11 Lc 15, 1-10 / 12 Lc 7, 1-10 / 13 Lc 7, 11-17 / 14 Jn 3, 13-17 / 15 Lc 7, 36-50 / 16 Lc 8, 1-3 / 17 Lc 8, 4-15 / 18 Lc 16, 1-13 / 19 Lc 8, 16-18 / 20 Lc 8, 19-21 / 21 Mt 9,9-13 / 22 Lc 9, 7-9 / 23 Lc 9, 18-22 / 24 Lc 9, 43b-45 / 25 Lc 16, 19-31 / 26 Lc 9,46-50 / 27 Lc 9, 51-56 / 28 Lc 9, 57-62 / 29 Jn 1, 47-51 / 30 Lc 10, 13-16

La oración del mes de septiembre será el día 29