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Notas:

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Noviembre de 2018  Número 121

Principio 1. Buscar cada día la relación personalizada con Dios

Cuando a Francisco un hermano suyo le pregunta por qué a ti Dios te ha hecho tantas mercedes, tiene clara su respuesta: porque Dios no ha encontrado otro pecador más grande que él.

Cuando en medio de nuestro pecado, en vez de encerrarnos en nosotros mismos, nos abrimos al amor misericordioso de Dios, abrimos la puerta a una vida insospechada.

¿Hay vida después del pecado? Sí, nada menos que Dios mismo.

 

Tema de reflexión

Confiar después del pecado

Decía san Pablo que no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero. Cuántas veces hemos experimentado esto mismo. A veces con una radicalidad muy honda. Sentimos que hemos fallado o hemos hecho daño a quienes más queremos o a los más pequeños. Comprobamos no solo que no sabemos amar, o que lo hacemos muy torpemente, sino que además somos capaces de hacer mal.

Cuántas veces no hemos acudido a Dios con la mochila de la vida cargada de un peso que no podemos sobrellevar. Acudimos a Él porque sentimos la necesidad de que nos sostenga, nos dé vida. Y de que nos acoja, nos perdone, nos saque del agujero en que nos hemos metido.

Sentimos la necesidad de vernos mirados más allá del mal cometido, para no encerrarnos en nosotros mismos, para no quedarnos dando vueltas a la culpabilidad. Pero para eso, necesitamos que Dios nos libere de una mano más fuerte que nosotros mismos, porque por nosotros mismos no podemos.

Nos sentimos como el publicano que acude al Templo a orar y se queda en el último banco dándose golpes de pecho y pidiendo misericordia a Dios. Nos sentimos como la pecadora que baña los pies del maestro con sus lágrimas. Sentimos y vivimos nuestra fragilidad y necesitamos apoyarnos en su mano. Nos sentimos como ovejas perdidas y le pedimos al pastor que salga a buscarnos para que podamos sentirnos vivos y amados en medio de nuestra fragilidad.

Necesitamos escuchar la voz de Jesús diciéndonos: “No he venido a salvar a los justos sino a los pecadores”.

Texto evangélico: Lc 5, 27-32

Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví le obsequió después con un gran banquete en su casa, al que también había invitado a muchos publicanos y a otras personas. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban contra los discípulos de Jesús y decían: “¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” Jesús les contestó: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.

Espiritualidad franciscana

“Si algunos de los hermanos cometieran, por instigación del enemigo, alguno de aquellos pecados mortales, acerca de los cuales estuviera ordenado a los hermanos que se recurran sólo a los ministros provinciales, dichos hermanos están obligados a recurrir a ellos cuanto antes puedan, sin demora. Y los ministros mismos, si son sacerdotes, impónganles la penitencia con misericordia, y, si no son sacerdotes, hagan que se la impongan otros sacerdotes de la Orden, como vean que mejor conviene según Dios. Y deben evitar airarse y turbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la turbación impiden en sí y en los otros la caridad” (2R 7,1-3).

“Si algunos de los hermanos cometieran alguno de aquellos pecados…” Y los hermanos, y todos, una y cien veces, por nuestra dureza de corazón y por instigación del enemigo, cometeremos pecados. Necesitaremos, una y cien veces, acudir a la misericordia de Dios y deberemos buscar la bondad y la caridad de los hermanos. Francisco nos pide no apartarnos del camino de la misericordia y de la caridad; de Jesús ha aprendido que es el camino que sana y libera.

Oración

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Salmo 32 (31)

Epílogo de la Carta

“El hombre crece cuando se arrodilla” (Alessandro Manzoni)

Evangelio diario del mes de noviembre de 2018

Las personas que deseen hacer una lectura diaria del Evangelio, según las lecturas que corresponden cada día, tienen a continuación las referencias de todo el mes de noviembre:

1 Mt 5, 1-12 / 2 Mt 25, 31-46 / 3 Lc 14, 1-6 / 4 Mc 12, 28-34 / 5 Lc 14, 12-14 / 6 Lc 14, 15-24 / 7 Lc 14, 25-33 / 8 Mt 5,13-16 / 9 Lc 16, 1-8 / 10 Lc 16,9-15 / 11 Mc 12,38-44 / 12 Lc 17, 1-6 / 13 Lc 17, 7-10 / 14 Lc 17, 11-19 / 15 Lc 17, 20-25 / 16 Lc 17,26-37 / 17 Mt 25, 31-40 / 18 Mc 13, 24-32 / 19 Lc 18, 35-43 / 20 Lc 19, 1-10 / 21 Lc 19, 11-28 / 22 Lc 19, 41-44 / 23 Lc 19, 45-48 / 24 Lc 20, 27-40 / 25 Jn 18, 33-37 / 26 Lc 21, 1-4 / 27 Lc 21, 5-11 / 28 Lc 21, 12-19 / 29 Lc 21, 20-28 / 30 Lc 21, 29-33

La Oración del mes de noviembre será el día 29