Qué fácil nos acostumbramos a lo bueno. Nos pasa que aquello que en un principio nos resulta novedoso, gozoso, bueno y agradable, pasado un tiempo, lo asumimos como normal, como si siempre hubiera estado y debiera seguir ahí. Tenemos esa capacidad de habituarnos a su presencia que nos maravilló en su comienzo y que ahora lo vivimos como normal; más incluso, como si tuviéramos derecho a ello.

Es interesante repasar, de vez en cuando, las realidades que son habituales en nuestra vida para caer en la cuenta de su verdadero valor: cosas, relaciones, lugares, tiempos, personas... Suele resultar que sin darnos cuenta han perdido el brillo que tuvieron en un principio y nuestra mirada se ha acostumbrado a su presencia. Al hacer el repaso vuelven a adquirir la importancia que siempre han tenido pero que han ido perdiendo a nuestra vista. No es problema del valor de las cosas sino de nuestra percepción de ellas.

Todas las personas que nos acompañan en nuestro caminar por la vida son parte de nuestro paisaje vital. Algunas, de tanto verlas, se vuelven a menudo casi invisibles; otras, aunque no las tengamos a la vista, están presentes de modo indirecto pero muy real. Qué hermoso es captar su presencia en nuestras vidas y percibir su importancia para nosotros: algunas de ellas por su sola presencia, otras por su servicio, otras por su palabra, o por su cariño... Cada una está siendo especial para mí y haciendo por mí, lo sepa ella o no, lo sepa yo o no. No es cuestión de sentimientos sino de reconocimiento y agradecimiento. Gracias esposa, amigo, compañera, vecino, maestra, conocido... lo que sea que seas... por ser conmigo.

En estos años de la Red Asís, son muchos los hermanos y hermanas que siguen haciendo el camino. Aunque no nos conozcamos, sabemos que estamos en camino. Gracias, hermana, hermano. Y gracias a Dios que nos convoca a la fraternidad de hermanos y hermanas en este camino fraterno de vida, y de vida con Él.